Un día normal en las afueras de la capital de Rusia, Kafiska
y su hermana decidieron echar a suertes quien sacaba aquella noche al perro,
una noche de finales de agosto en la que el frío y el viento ya empezaban a
adentrarse en los huesos.
Kafiska perdió, dado que la moneda lanzada al aire cayó del
lado que su hermana había elegido, no quedándola más remedio que vestirse y
bajar. Se dejó los pantalones de estar por casa, se cambió la camiseta, cogió
las llaves en la mano, ya que no tenía bolsillos y se decidió a sacar al perro.
El perro emocionado como tantos otros días por su salida fue
corriendo hacia la entrada dando pequeños saltos de alegría, Kafiska le mando
sentarse pero éste se limitó a tumbarse mientras Kafiska hacía malabares para
introducirle la correa en el cuello sin metérsela en aquella boca juguetona que
siempre acaba mordiendo ligeramente algo.
Una vez abrió la puerta de su casa recibió una bocanada de
aire que le recorrió todo el cuerpo y le hizo tiritar, temblar, por dentro
sabía que se estaba acercando el otoño, tan frío como el año pasado, bajó las
escaleras a paso ligero teniendo cuidado de que el perro no avanzara mucho más
rápido que ella y la tirara, porque no sería la primera vez que le hace tener
un traspiés por las escaleras.
Según salía a la calle, el perro se dio prisa como tantos
otros días en hacer pis, tan fiel, tan leal, siempre esperando a que su dueña
decidiera sacarle, bajando la calle cruzaba el viento maullando y llevado los
papeles de un lado a otro… siguió avanzando deseando volver a casa, donde se
sentía segura y donde podría descansar después de un largo día de trabajo.
Pero el perro no entiende de cansancio, es su momento, el
momento en el que le hacen caso, en el que puede jugar, descubrir… no hay mucha
luz por las calles de aquel barrio alejado del centro de la capital, pero la
suficiente como para ver que en un coche había una pareja de jóvenes. Ains el
amor, el amor pensó, cuántas locuras y cuántos peligros merece la pena vivir en
nombre del amor.
Ella siguió avanzando, el viento seguía corriendo y las
puertas golpeando, chirriando… pensaba una noche más, un día más, anda vamos a
casa, aunque apenas llevaban 5 min de paseo sus piernas y sus ojeras le
gritaban para que se fuera a descansar.
De repente, se apagaron todas las luces del barrio, no era
la primera vez que le pasaba, total por ahorrar un poco de dinero al gobierno
no le importaba poner en peligro la vida de sus habitantes, hasta ahora no
había pasado nada, porque la gente lo compensa encendiendo las luces de su
comunidad, pero aquella noche era distinto o a la gente se le había olvidado o
casualmente, se había ido la luz de verdad.
Bueno no había llegado muy lejos con su perro y solo bajó la
calle en línea recta, así que perderse no se iba a perder, después de 20 años
viviendo allí, pero el perro si se puso algo nervioso, quizá fue algo que vio,
quizá fue el viento y los ruidos fuertes que producía que no eran bien avenidos
por el perro, que tiraba para ir a la derecha en vez de frente para ir a casa.
Kafiska tiraba más fuerte que él, ella pesaba unos 53 kg y el perro 25, la
diferencia no era mucha, pero con una orden lo solucionó, avanzó rápido hacia
casa, abrió la puerta cogiendo las llaves con la mayor premura posible, a pesar
de que se le resbalaban y no veía que llave estaba cogiendo, pero escuchaba
cada vez más cerca y más fuerte unos pasos.
Abrió la puerta, se metió en el portal de su casa y cerró
con fuerza a sus espaldas, respiraba con fuerza al otro lado, nunca había estado
tan asustada, de pronto alguien intentaba abrir la puerta desde el otro lado,
subió corriendo las escaleras, abrió y entró, sin darse cuenta de que en el
transcurso por las escaleras ya había vuelto la luz.
Se fue al cuarto de su hermana a contarle lo que le había
ocurrido, al no encontrarla y escuchar cómo se abría la puerta pensó en lo peor,
pero era su hermana, que le estaba buscando al ver que se había ido la luz.
Corrió hacia ella y la abrazó con fuerza hasta que los latidos de sus corazones
se sincronizaron.
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