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domingo, 26 de enero de 2014

Su reflejo en el espejo

En un rincón de la ciudad italiana de Verona, se encontraba Sebastian, era una noche fría y húmeda, pero no podía faltar a su cita de todos los fines de semana, su bar- restaurante favorito, y no precisamente por la comida que preparaban sino por ella, la que nunca faltaba, Siena. Ella era una simple camarera con muchas tablas a pesar de su corta edad, y él le encantaba entablar conversación con ella, a pesar de que el tiempo espiraba con facilidad entre frase y frase que a penas podían intercambiar por la cantidad de bullicio y clientela que se agolpaba en las mesas y en la barra. No, no era un restaurante romántico de los que salen en las películas como la Dama y el Vagabundo, no era una cita corriente, pero para él significaba mucho estar allí.

Se le pasaban las horas observando como interactuaba con todos y cada uno de los clientes, como con una sonrisa de oreja a oreja encaraba algún que otro desencuentro, como a veces bromeaba entre sus compañeras y se veía su verdadera naturaleza. Sebastian a penas quería incordiarla, se quedaba hasta que cerraban, era el único momento de verla sin que estuviera corriendo de un lado para otro, y él tenía mucho tiempo para pasar allí, era escritor y aún con el tumulto se inspiraba en ella, en su belleza en su dulzura.


Ese día Sebastian sentía que estaba más guapa que nunca, llevaba el pelo suelto, cosa inusual, dado que siempre se lo recogía para que no le molestara en el trabajo, desde la lejanía donde se encontraba la buscaba a ella, su pelo, su sonrisa, sus manos en las que relucía ese maldito anillo de felizmente casada, su mirada, no había una igual y sabía que nunca le pertenecería, incluso se conformaba con su reflejo en el espejo, ya no quedaba nadie en la sala, se dirigió a decirle algo bonito pero que no sonara descarado y al iniciar la frase un escalofrío le recorrió el cuerpo, sentía como los músculos se le agarrotaban y hasta su corazón balbuceaba. Apenas recibió una sonrisa, para él significó mucho más de lo que ella pensaba y lo más sorprendente es que desde entonces, Siena llevaba muchos más días el pelo suelto, con algún que otro arreglo, pero suelto, lo que para Sebastián significó un brillo de esperanza, sus palabras no sólo habían sido escuchadas sino que produjeron un cambio en ella y en su mirada.